La crítica de Diógenes
- Viendo cómo los sacerdotes del templo conducían a uno que había robado una vasija perteneciente al tesoro del templo, comentó: «Los ladrones grandes llevan preso al pequeño.»”
“Cierto día observó a una mujer postrada ante los dioses en actitud ridícula y, queriendo liberarla de su superstición, se le acercó y, de acuerdo con la narración de Zoilo de Perga, le dijo: « ¿No temes, buena mujer, que el dios esté detrás de ti (pues todo está lleno de su presencia) y tu postura resulte entonces irreverente? »”
“A los que se inquietaban por sus sueños, les censuraba que descuidaran lo que hacían despiertos y se preocuparan en cambio tanto de lo que imaginaban dormidos.”
“Alguien muy supersticioso le amenazó: « De un solo puñetazo te romperé la cara »”; Diógenes replicó: « Y yo, de un solo estornudo a tu izquierda te haré temblar »”.
“Al ser iniciado en los misterios órficos, como el sacerdote aseguraba que a los admitidos en los ritos les esperaban innumerables bienes en el Hades, le replicó: « ¿Por qué, entonces, no te suicidas? »”
“A quien le decía que la vida era un mal, lo corrigió: « No la vida, sino la mala vida »”
Crítica y desprecio de las convenciones sociales
“Solía hacerlo todo en público, las obras de Deméter y las de Afrodita. Y lo justificaba argumentando que si comer no es un absurdo, no es absurdo hacerlo en la plaza pública; y como resulta que comer es natural, también lo es hacerlo en la plaza pública. Se masturbaba en público y lamentaba que no fuera tan sencillo verse libre de la otra comezón del hambre frotándose las tripas.”
“Habiéndole uno invitado a entrar en su lujosa mansión, le advirtió que no escupiese en ella, tras lo cual Diógenes arrancó una buena flema y la escupió a la cara del dueño, para decirle después que no le había sido posible hallar lugar más inmundo en toda la casa”
“Solía decir, como sabemos por Hecatón en sus Sentencias, que es preferible la compañía de los cuervos a la de los aduladores, pues aquéllos devoran a los muertos; éstos, a los vivos.”
“Afirmaba también que las cosas de mucho valor tenían muy poco precio, y a la inversa: una estatua llega a alcanzar los tres mil dracmas mientras que un quénice de harina se vende a dos ochavos”
La búsqueda
“Relata Teofrastro en su Megárico que, observando en cierta ocasión a un ratón que correteaba sin rumbo fijo, sin buscar lecho para dormir, sin temor a la noche, sin preocuparse de nada de lo que los humanos consideran provechoso, descubrió el modo de adaptarse a las circunstancias. Fue el primero, dicen algunos, que dobló su manto al verse obligado a dormir sobre él; que llevó alforjas para poner en ellas sus provisiones, y que hacía en cualquier lugar cualquier cosa, ya fuese comer, dormir o conversar. Así solía decir, señalando al pórtico de Zeus y al Pompeyon, que los atenienses le habían provisto delegares para vivir.
Bastón, al principio, no lo usó sino estando enfermo. Pero posteriormente lo llevaba a todas partes, no sólo por la ciudad, sino también por los caminos, juntamente con la alforja. Así lo atestigua Olimpiodoro, magistrado de Atenas y Polieucto, el orador, y Lisanias, el hijo de Escrión.
Encargó a uno que le buscase una choza donde vivir, pero como éste se demorara, se alojó en un barril del Metrón, según él mismo narra en sus Cartas. En verano se revolcaba en la arena ardiente y en el invierno abrazaba las estatuas cubiertas de nieve, ejercitándose ante todo tipo de adversidades”
Observando cierta vez un niño que bebía con las manos, arrojó el cuenco que llevaba en la alforja, diciendo: « Un niño me superó en sencillez.» Asimismo se deshizo de su escudilla cuando vio que otro niño, al que le se había roto el plato, recogía sus lentejas en la cavidad de un pedazo de pan”
Proclamaba que los dioses habían otorgado a los hombres una vida fácil, pero que éstos lo habían olvidado en su búsqueda de exquisiteces, afeites, etc. Por eso, a uno que estaba siendo calzado por su criado, le dijo:«No serás enteramente feliz hasta que tu criado te suene también las narices, lo que ocurrirá cuando hayas olvidado el uso de tus manos».
A los que le aconsejaban salir en persecución de su esclavo fugitivo, les replicó: "Sería absurdo que Manes pudiera vivir sin Diógenes y Diógenes, en cambio, no pudiese vivir sin Manes".
La sabiduría y la filosofía
A uno que le reprochó: «Te dedicas a la filosofía y nada sabes», le respondió: “Aspiro a saber, y eso es justamente la filosofía.”
Cuando le preguntaban acerca de qué beneficio había obtenido de la filosofía, contestó: “Como mínimo, estar preparado para cualquier contingencia.” Preguntándole uno de dónde era, respondió: “Ciudadano del mundo.”
A uno que le manifestó el deseo de filosofar junto a él, Diógenes le entregó un atún y le ordenó seguirle. Aquél, avergonzado de llevarlo, se deshizo del atún y se alejó. Diógenes se encontró con él al cabo de un tiempo y, riéndose, exclamó: “Un atún ha echado a perder nuestra amistad.”
La filosofía como provocación
Se acercó a Anaxímenes, el orador, que era extremadamente obeso, y le propuso: “Concede a nosotros, mendigos, parte de tu estómago; nosotros saldremos ganando y para ti será un gran alivio.” Cuando el mismo orador peroraba, Diógenes distrajo a su audiencia esgrimiendo un pescado. Irritado aquél, Diógenes concluyó: “Un pescado de un óbolo desbarató el discurso de Anaxímenes.”
Se comportaba de modo terriblemente mordaz: echaba pestes de la escuela de Euclides, llamaba a los diálogos platónicos pérdidas de tiempo; a los juegos atléticos dionisíacos, gran espectáculo para estúpidos; a los líderes políticos, esclavos del populacho. Solía también decir que, cuando observaba a los pilotos, a los médicos y a los filósofos, debía admitir que el hombre era el más inteligente de los animales; pero que, cuando veía a intérpretes de sueños, adivinos y a la muchedumbre que les hacía caso, o a los codiciosos de fama y dinero, pensaba que no había ser viviente más necio que el hombre. Repetía de continuo que hay que tener cordura para vivir o cuerda para ahorcarse.
Cierta vez que nadie prestaba atención a una grave disertación suya, se puso a cantar a gritos. Como la gente se arremolinaba en torno a él, les reprochó el que se ecercaran a oír sandeces y, en cambio, tardaran tanto en acudir cuando el tema era serio. Decía que los hombres competían en patearse mejor y cavar mejor las zanjas, pero no en ser mejores. Se extrañaba asimismo de que los músicos afinaran las cuerdas de sus liras, mientras descuidaban la armonía de sus disposiciones anímicas; o de que los matemáticos se dieran a observar el sol y laguna, pero se despreocuparan de los asuntos de aquí; de que los oradores elogiaran la justicia, pero no la practicaran nunca; o de que, por último, los codiciosos echasen pestes del dinero, a la vez que lo amaban sin medida. Reprochaba asimismo a los que elogiaban a los virtuosos por su desprecio del dinero, pero envidiaban a los ricos. Le irritaba que se sacrificase a los dioses en demanda de salud y, en el curso del sacrificio, se celebrara un festín perjudicial a la salud misma. Se sorprendía de que los esclavos, viendo a sus dueños devorar manjares sin tregua, no les sustrajeran algunos.
Elogiaba a los que, a punto de casarse, se echaban atrás; a los que, yendo a emprender una travesía marítima, renunciaban al final; a los que proyectaban vivir junto a los poderosos, pero renunciaban a ello. Decía imitar el ejemplo de los maestros de canto coral, quienes exageran la nota para que los demás den el tono justo. En otra ocasión, gritó: “¡Hombres a mí!” Al acudir una gran multitud les despachó golpeándolos con el bastón: “Hombres he dicho, no basura.”
La mendicidad
Estaba en una ocasión pidiendo limosna a una estatua. Preguntándole por qué lo hacía, contestó: “Me ejercito en fracasar.” Para mendigar –lo que hacía a causa de su pobreza- usaba la fórmula: “Si ya has dado a alguien, dame también a mí; si no lo has hecho aún, empieza conmigo.”
“¿Por qué –se le preguntó- la gente da dinero a los mendigos e inválidos y no a los filósofos?” “Porque –repuso- piensan que ellos, algún día, pueden llegar a ser inválidos o ciegos, pero filósofos, jamás.”
Pedía limosna a un individuo de mal carácter. Este le dijo: “Te daré, si logras convencerme.” “Si yo fuera capaz de persuadirte –contestó Diógenes- te persuadiría para que te ahorcaras.”
En un banquete algunos le echaron huesos, como si fuera un perro: Diógenes, comportándose como un perro, orinó allí mismo.
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